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Boletín 74
De nuevo el control de precios
Para finales de agosto del 2021, mientras el gobierno permite que se mantenga la importación de bienes terminados con cero aranceles, el Ministerio de Comercio ha «recordado» al gremio de supermercados la obligación de mantener los «precios equilibrados» en la lista acordada en 2020 de 27 productos esenciales. El anuncio hecho por la ministra a los representantes de la Asociación Nacional de Supermercados y Autoservicios (ANSA), refleja que el control de precios no ha desaparecido, por le contrario. La ministra asegura que la Superintendencia Nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos (Sundde) se mantendrá vigilante para hacer cumplir los precios equilibrados, lo que podría significar que arreciarán las fiscalizaciones, a través de las cuales se ha obligado a los comercios a vender productos al precio acordado aun cuando la factura de compra señale haber pagado un precio superior.
Ante esta nueva amenaza de retomar la fracasada política de precios “justos” o “equilibrados” por parte del gobierno nacional, sería bueno recordar los mecanismos conque se construye los precios de equilibrio de un bien o servicio. Antes de recordar por centésima vez por qué históricamente los controles de precios han fracasado, procederemos en este boletín a describir los mecanismos que llevan entre un comprador o un vendedor un precio de “equilibrio” en un intercambio comercial.
La teoría del valor subjetivo o de utilidad marginal, es la teoría del valor de Friedrich von Wieser, perteneciente a la escuela austríaca. Afirma que los factores de producción de un bien tienen un valor debido a la utilidad que ellos han conferido al producto final y a la satisfacción del consumidor. De esta forma, el precio de un bien es una magnitud subjetiva que se mide por la estima en que el público valore un objeto. Por ello la teoría supone que los precios no tienen por qué tener exactamente cercanía con los costos de producción de un bien o servicio.
Si nos estamos refiriendo al valor subjetivo, no hay “unidad” de medida absoluta. Supongamos que tomamos una vieja fotografía de la abuela de tu mejor amigo y le preguntamos al mismo, “¿Valoras este objeto?”, tu amigo podría decir: “Sí, mucho”. Luego tomamos su calculadora y le preguntamos también a dicho amigo si la valora. Este podría decir: “Sí, pero no tanto”. Cuando nuestro amigo dice que valoraba la foto más que la calculadora, se refería a su propia valoración subjetiva. Si amenazamos con destruir uno de los objetos, esta persona habría preferido salvar la foto, aunque si le tocara venderlos en el mercado tendría que negociar lo que valora subjetivamente de esos dos bienes y los precios que están dispuestos a pagar los compradores (donde la calculadora seguramente valdría más que la foto). Con las preferencias subjetivas, no hay “medición” posible. La economía moderna puede explicar el comportamiento del consumidor sin asumir ninguna unidad subyacente de “utilidad”. Sólo tenemos que asumir que la gente dentro de su libertad sabe cómo clasificar las unidades de bienes en orden de más a menos preferidas. Pero cuando pasamos de las valoraciones subjetivas e individuales a la valoración objetiva del mercado, las cosas son distintas. Nuestro amigo ya no estará hablando de su gusto personal, sino sobre su estimación de qué precios podría alcanzar si vendiera las dos cosas. Los precios se denominan en dinero, que puede expresarse en unidades cardinales. En ese sentido, los precios en dinero miden el valor de intercambio del mercado, aunque se generen de acuerdo a valoraciones subjetivas.
Cuando dos personas realizan un intercambio voluntario, ambas se benefician. En otras palabras, ambas se llevan el objeto “más valioso”. Esto sería imposible con una propiedad “objetiva”, como el peso del objeto: Es imposible que ambas partes intercambien un objeto por el mismo peso y la transacción sea satisfactoria. Pero una vez que nos damos cuenta de que el valor depende del color del cristal con que se mira, podemos entender que la gente valore objetos de forma diferente y por tanto pueda cada uno intercambiar una cosa menos preferida por otra más preferida.
El marxismo, padre del actual socialismo y comunismo que se quiere imponer en algunas partes del mundo, considera que las cosas valen de acuerdo a la teoría del valor-trabajo, que considera que el valor de un bien o servicio depende directamente de la cantidad de trabajo que lleva incorporado, no importando si el bien es valorado “subjetivamente por otros”. Por eso es fácil para quienes defienden el papel del Estado planificador y el control de precios decir que hay unos criterios “objetivos” y “universales” para establecer el precio de un bien en la relación productor-consumidor, por lo tanto, el Estado si puede tener la potestad de coartar la libertad de ambas partes para obligar a que precios se vende un bien. Pero para los socialistas no existe la subjetividad, especialmente en materia económica.
Quienes concebimos una economía libre debemos tener presente por qué el valor de un bien es subjetivo, que cuando se conecta con los precios de mercado, se crean mediciones objetivas de la riqueza y permiten a las empresas calcular si están utilizando los recursos eficientemente o no, y los consumidores saber si lo que gastan en un bien vale la pena. Hasta los niños de 6 años entienden la teoría del valor subjetivo cuando se ponen a intercambiar figuritas del álbum del mundial, lo cual nos muestra la miseria de que el Estado quiera establecer precios “objetivos” a los bienes de las personas.